jueves, 4 de enero de 2007

Día de tedio en la oficina

Cuando me pregunto que hago frente a ese escritorio sobre el cual hay una computadora vieja y maltrecha, quizás el modelo siguiente a la IBM con tarjetas agujereadas; al lado de un teléfono que al atender cruje como una silla de mimbre; y con un espacio de tiempo libre que abarca prácticamente la totalidad del día, digo: está bien, no buscaste nada mejor. Grito por dentro y después pienso que esto me impulsa, irremediablemente, a buscar otra cosa con urgencia. Y de mientras el día avanza como una babosa a la que solo quisiera hecharle sal. El tedio se vuelve insoportable, casi insostenible, alguna vieja entra y pregunta cuales son las actividades del día, otra me cuenta del reuma, otra, más osada, me pide que baje con ella en ascensor porque sufre de claustrofobia y no puede ir sola. Bien, otra vez, digo, y pasan algunos segundos. Hago algunos llamados al primero que se me ocurre y lo dilato hablando pavadas, después me escabullo al baño para fumar un cigarrillo. Al menos en un momento pude retomar el libro de Woody, también pude mandar algunos mails y, en un momento anterior al desquicio pude sublimar escribiendo una breve obra de teatro en ese teclado al que hay que maltratar bastante para que tipee. Nada, nada, no pasa nada. Bueno, sí, después tuve una reunión por un proyecto de guión que, si anda bien, puede resultar en algo, pero no quiero quemarlo.
Ahora por suerte en Saavedra la cosa toma otro color, todo es paz. Tomaré un baño.

1 comentario:

BinettiJA dijo...

una cosa buena que nos puede dar la vida, es tener entre minuto y minuto, entre segundo y segundo, un poco de tiempo libre para no pensar