lunes, 25 de diciembre de 2006

Solitaria Navidad

Navidad fue una cagada, otra vez. Estas fiestas me ponen nervioso, ansioso, y de pésimo humor; de alguna forma bastante efectiva logran darme una sensación de martilleo en las pelotas. ¿Qué se yo? De todas formas fue una suerte haber rechazado todas las invitaciones y pasarla solo en la calidez de mi dulce hogar, por segundo año consecutivo. Lo más remarcable o memorable fue haber fumado mucha marihuana y tocar la guitarra sobre los Doors como un desquiciado mental mientras afuera estallaban los horribles petardos y demás fuegos artificiales, artificiales como la fiesta. Otra cosa buena fue el baño de agua fría que me di después de ese viaje intergaláctico tocando sobre break on through o Universal mind, o the Hyacinth house, que en una parte dice ¨necesito a alguien que no me necesita a mí¨, y que en definitiva me lleva, casi caprichósamente, al tema qué, ahora recuerdo, cargué todo el día en mi cabeza, incluso cuando por la madrugada cayeron mis amigos a casa y me hablaban; incluso y sobre todo cuando tomaba unos whiskys y, en especial, cuando terminé saliendo casi por inercia a una fiesta acá cerca y que no debería, jamás, llevar el mote de fiesta (creo que estaría más cerca de ¨fiasco¨). En fin, me di cuenta que estoy realmente enamorado de J, o puedo decir que ella logró cautivarme en este último tiempo con esa fragilidad que consigue verse detrás de una especie de velo de hierro que también tiene. Con J vamos juntos a la facultad y creo que hicimos buenas migas, creo que realmente conectamos. Tengo ganas de decirle exactamente eso, que lo que me gusta de ella es que parece dura, pero que por dentro es tan frágil que podría quebrarse como un cristal. Sé que es demasiado cursi y que antes de decirle eso mi corazón va a latir tan fuerte que solo voy a conseguir balbucear alguna frase irrepetible, y que ella va a estar preguntándome qué le dije, como una vez me pasó con otra mujer. Es verdad, yo era más chico, solo tenía catorce, pero creo que mi esencia no ha variado demasiado. L era el amor de mi escuela primaria, y un día se me ocurrió escribirle un poema y llevárselo de imprevisto a su casa. La debacle empezó cuando me atendió por el portero eléctrico y yo le dije quién era y a qué venía, pero calculo que por mi manera atolondrada de emitir la frase, ella repreguntó quién era y luego dijo que no tenía ningún cuchillo para afilar. La respuesta me dejó anonadado, casi mareado. Y calculo que mi corazón debía estar latiendo en el orden inverso. Traté de serenarme respirando una gran bocanada de aire y pude decir que no era el afilador, sino que era yo y que venía a traerle algo. Preguntó quién era yo y qué le traía, que ella no quería ni necesitaba nada. Esta vez hice un cuenco en mi mano y empecé a hiperventilarme; le dije mi nombre y ella, supongo que con muchas dudas, dijo que bajaba. Lo peor sucedió cuando ella me abrió la puerta y con una sonrisa cordial me preguntó si quería pasar, pero yo le dije que no, que no hacía falta, y le di el sobre en la mano. Le dije que podía leerlo y que luego la llamaría. Yo solo quería salir corriendo de ahí y tirarme a respirar en cualquier lado lejos de ahí, antes de morirme tempranamente de un paro, pero ella lo hizo más difícil, porque no entendió nada de lo que le dije y me pidió que se lo repitiera, de forma tal que yo volví a explicar brevemente lo que estaba ocurriendo y ella trató de decodificarlo en idioma castellano; así un par de veces más, hasta que por fin cerró la puerta y se alejó con un rostro de incomprensión total. Ha resultado ser una de las situaciones más patéticas que me ha tocado protagonizar y sin lugar a dudas me ha marcado. La he cruzado un par de veces luego de aquel día, y sé que me ha evitado pensando ¨ahí va ese tarado del poema¨, incluso diez años después. Calculo que todavía sigo algo traumado con la idea de intentar cosas románticas, desde un discurso amoroso, un poema, una carta o enviar a un grupo demariachis a cantar bajo algún balcón. Algunos imbéciles somos así de imbéciles. Volviendo a J, lo peor es que me queda poco tiempo y ella se va a Brasil por un mes con sus amigas. Yo supongo que estaré trabajando en el verano, y pensando en ella, pensando como perdí todas mis chances durante todo el año, o como voy a decirle que la quiero, pero cuando vuelva.
Me voy a ver una peli, o a quedarme dormido en la mitad.

jueves, 21 de diciembre de 2006

La camisa pegada al asiento

Hoy a la mañana me levanto con una llamada de teléfono que no es para mí. Maldigo a Dios en silencio y corto. Era un tipo del banco que quiere no sé qué con mi viejo, pero sé que a mi viejo no le importa en lo más mínimo, así que no me preocupo en dejar ningún mensaje. Puedo seguir durmiendo pero no, las ganas de ir al baño se despiertan antes de lo previsto, entonces con mucho esfuerzo salgo del cuarto y mi madre me detiene en el camino, hay que llevar a Susi al Buquebus pero recién al medio día. ¿Qué puedo decirle? Estoy en calzoncillos y luzco de manera lamentable, con el pelo tapándome la boca. Voy al baño, hago lo mío y vuelvo al cuarto, como a la hora me acuerdo que Corrientes a esa hora es un caos para llegar al puerto. Demasiado tarde, de pronto estoy cargando una valija de trescientos kilos en el baúl y atascado hasta la médula en un embotellamiento del microcentro. Por si fuera poco la camisa negra atrae todo el calor, y el volante arde. Mientras eso ocurre llego a la lúcida conclusión de que la entrevista de trabajo que tengo después es dentro del todo informal y no hacía falta la camisa. En fin, llegamos a Buquebus, dejo a mi madre y a Sussi, ellas me dan suerte para la entrevista, yo digo buen viaje! y encaro ál embotellamiento de la avenida Córdoba, pero apenas el Duna cruza Leandro N. Alem y toma la calle en pendiente, empieza a cocear como un caballito viejo y se apaga. Bien, otra vez... tan repentínamente me ocurre aquella desgracia, la luz se pone en verde y el auto, que ni freno de mano tiene, empieza a irse hacia atrás. Los autos que vienen tienen que esquivarme, y algunos conductores afectados por el calor, sudando sus frentes, me hechan una mirada sagaz, llena de odio, otro le da a la bocina tatatatata boludo!! y por último uno que directamente me dice una puteada que no había escuchado nunca. Miro al cielo, puteo a Dios, maldigo mi maldita suerte y voy ahora lentamente hacia atrás, adonde el auto se detiene, sin antes chocar a un taxi que pega la curva en la ochava. El hombre se baja, mira, y yo le pregunto si lo toqué, pero parece que no, entonces le explico que me quedé sin freno de mano, pero el tachero apenas lo comprende y vuelve a meterse a su cajón donde lleva a una pasajera rubia que me mira con una cara que me da pena describir, porque en definitiva habla pésimo de mí. En ese estado despego la camisa del asiento, bajo, y no pasa una milésima de segundo en que me siento incómodamente observado. El auto está mal estacionado en una ochava donde confluyen millones de personitas en pocos minutos. Entonces saco la conclusión de que Dios está obviamente en contra mío y pienso que la única posiblidad es llamar a mi vieja.
Dio la casualidad que solo hábía hecho unas pocas cuadras del Buquebus y tras un llamado salvador mamá termina por hacerse cargo del asunto (después me dijo que el remolque tardó como dos horas en llegar y casi se deshidrata). No puedo evitar sentirme culpable, ahí estaba ella de pronto haciendose cargo de todo, abajo del sol abrazador, con la posibilidad nefasta de tener que explicarle algo a un policía, esperando esos remolques aparatosos, que dan sueño solo de verlos, y aún así me dice que no pierda más tiempo y me tome un taxi; y pensar que cuando me pidió el favor de llevar a su amiga yo maldije por dentro y pensé en la posibilidad de decirle que no. Pero ella me desea suerte y viajo con un gordo sudoroso que maneja como un desquiciado, pero que al menos tiene aire acondicionado. Me deja en el lugar de la entrevista y subo. De la oficina sale una mujer jove. Le digo que busco a Victoria Duilio y ella me dice que es ella. ¿Habrá tenido una buena impresión?
Cordial e incómoda presentación, lo de siempre. Me explican que el trabajo se trata de visitar rodajes, ver que esté todo en orden, que las productoras tengan los permisos para cortar calles, hablar con los vecinos, escuchar sus reclamos, con alguna frecuente posiblidad de tener que discutir con comerciantes enojados porque les cortaron la calle y el lucro cesante se lo tienen que meter en el culo. ¨Sí, me interesa¨, les digo con una sonrisita, muy contento, pero apenas bajo en el ascensor un espejo me revela el pensamiento que se cierne en mi mente y me ayuda a darme una idea más clara de lo que significa todo eso: agotadores horarios de la industria del cine, gente severamente enojada, dura, y un ambiente perverso... no hay nada de glamour ahí, nada de lo que se ve en la pantalla hay detrás. Entonces es verdad, salgo un poco decepcionado, voy algo cabizbajo, y luego me animo pensando que al menos esa sensación de incomodidad propia de un día de entrevista, acaba de irse. Me compro una coca y me la acabo de dos o tres tragos.
Todavía queda otra chance de otra cosa, pero no quiero quemarla, y no quiero especular con cosas improbables.
Me quedo develado, esuchando música, y es hora de un zapping violento en mute, otra vez...