jueves, 21 de diciembre de 2006

La camisa pegada al asiento

Hoy a la mañana me levanto con una llamada de teléfono que no es para mí. Maldigo a Dios en silencio y corto. Era un tipo del banco que quiere no sé qué con mi viejo, pero sé que a mi viejo no le importa en lo más mínimo, así que no me preocupo en dejar ningún mensaje. Puedo seguir durmiendo pero no, las ganas de ir al baño se despiertan antes de lo previsto, entonces con mucho esfuerzo salgo del cuarto y mi madre me detiene en el camino, hay que llevar a Susi al Buquebus pero recién al medio día. ¿Qué puedo decirle? Estoy en calzoncillos y luzco de manera lamentable, con el pelo tapándome la boca. Voy al baño, hago lo mío y vuelvo al cuarto, como a la hora me acuerdo que Corrientes a esa hora es un caos para llegar al puerto. Demasiado tarde, de pronto estoy cargando una valija de trescientos kilos en el baúl y atascado hasta la médula en un embotellamiento del microcentro. Por si fuera poco la camisa negra atrae todo el calor, y el volante arde. Mientras eso ocurre llego a la lúcida conclusión de que la entrevista de trabajo que tengo después es dentro del todo informal y no hacía falta la camisa. En fin, llegamos a Buquebus, dejo a mi madre y a Sussi, ellas me dan suerte para la entrevista, yo digo buen viaje! y encaro ál embotellamiento de la avenida Córdoba, pero apenas el Duna cruza Leandro N. Alem y toma la calle en pendiente, empieza a cocear como un caballito viejo y se apaga. Bien, otra vez... tan repentínamente me ocurre aquella desgracia, la luz se pone en verde y el auto, que ni freno de mano tiene, empieza a irse hacia atrás. Los autos que vienen tienen que esquivarme, y algunos conductores afectados por el calor, sudando sus frentes, me hechan una mirada sagaz, llena de odio, otro le da a la bocina tatatatata boludo!! y por último uno que directamente me dice una puteada que no había escuchado nunca. Miro al cielo, puteo a Dios, maldigo mi maldita suerte y voy ahora lentamente hacia atrás, adonde el auto se detiene, sin antes chocar a un taxi que pega la curva en la ochava. El hombre se baja, mira, y yo le pregunto si lo toqué, pero parece que no, entonces le explico que me quedé sin freno de mano, pero el tachero apenas lo comprende y vuelve a meterse a su cajón donde lleva a una pasajera rubia que me mira con una cara que me da pena describir, porque en definitiva habla pésimo de mí. En ese estado despego la camisa del asiento, bajo, y no pasa una milésima de segundo en que me siento incómodamente observado. El auto está mal estacionado en una ochava donde confluyen millones de personitas en pocos minutos. Entonces saco la conclusión de que Dios está obviamente en contra mío y pienso que la única posiblidad es llamar a mi vieja.
Dio la casualidad que solo hábía hecho unas pocas cuadras del Buquebus y tras un llamado salvador mamá termina por hacerse cargo del asunto (después me dijo que el remolque tardó como dos horas en llegar y casi se deshidrata). No puedo evitar sentirme culpable, ahí estaba ella de pronto haciendose cargo de todo, abajo del sol abrazador, con la posibilidad nefasta de tener que explicarle algo a un policía, esperando esos remolques aparatosos, que dan sueño solo de verlos, y aún así me dice que no pierda más tiempo y me tome un taxi; y pensar que cuando me pidió el favor de llevar a su amiga yo maldije por dentro y pensé en la posibilidad de decirle que no. Pero ella me desea suerte y viajo con un gordo sudoroso que maneja como un desquiciado, pero que al menos tiene aire acondicionado. Me deja en el lugar de la entrevista y subo. De la oficina sale una mujer jove. Le digo que busco a Victoria Duilio y ella me dice que es ella. ¿Habrá tenido una buena impresión?
Cordial e incómoda presentación, lo de siempre. Me explican que el trabajo se trata de visitar rodajes, ver que esté todo en orden, que las productoras tengan los permisos para cortar calles, hablar con los vecinos, escuchar sus reclamos, con alguna frecuente posiblidad de tener que discutir con comerciantes enojados porque les cortaron la calle y el lucro cesante se lo tienen que meter en el culo. ¨Sí, me interesa¨, les digo con una sonrisita, muy contento, pero apenas bajo en el ascensor un espejo me revela el pensamiento que se cierne en mi mente y me ayuda a darme una idea más clara de lo que significa todo eso: agotadores horarios de la industria del cine, gente severamente enojada, dura, y un ambiente perverso... no hay nada de glamour ahí, nada de lo que se ve en la pantalla hay detrás. Entonces es verdad, salgo un poco decepcionado, voy algo cabizbajo, y luego me animo pensando que al menos esa sensación de incomodidad propia de un día de entrevista, acaba de irse. Me compro una coca y me la acabo de dos o tres tragos.
Todavía queda otra chance de otra cosa, pero no quiero quemarla, y no quiero especular con cosas improbables.
Me quedo develado, esuchando música, y es hora de un zapping violento en mute, otra vez...

1 comentario:

BinettiJA dijo...

En la mirada de los otros esta el gran dilema.
su lente inocuo nos hace mdirnos con lavista del otro que es la mia, en definitiva.
y uno nunca tiene una buena impresion de uno mismo...