jueves, 1 de febrero de 2007

El amargo sabor de la burocracia

A la gente no le agrada sentir que la suerte rige con sus leyes nuestra existencia, porque quiere decir que pierde total control sobre ella. Pero es verdad, la suerte, si no está de nuestro lado, nos puede hacer jugar una muy mala pasada, en definitiva. Y con la burocracia pasa un poco eso, si tu papeleta se extravió en el camino de las firmas, estás hecho. Acá no juega la perseverancia, acá no juega el empeño, no juegan todas las matrículas y títulos que has conseguido en tu vida, acá juega la suerte. Y esto fue lo que pasó. Hoy llegué al trabajo con la expectativa de poder cobrar mi sueldo. No será un gran sueldo, más bien es una miseria, pero al fin y al cabo es mío y con él pensaba irme de vacaciones. Empecé a trabajar hace un mes y creo que merezco mis vacaciones, mi dosis de desenfreno haciéndome milanesa en la arena. Pero el caso es que mi ¨alta¨, (así le dicen a la papeleta que firman y con la cual autorizan a pagarme por mis horas de esfuerzo en negro) no fue firmada aún por la persona indicada, un hombre que trabaja en el primer piso, que es donde opera atrozmente la burocracia. Este hombre, al cual apodan ¨Cuche¨, se ha tomado sus vacaciones y no vuelve hasta el 11, me dijo la señora simpática que trabaja conmigo, de forma que uno de los que menos gana, aún no tiene su autorización para cobrar. Lo extraño es que no hayan dejado un suplente de firma, algo tan simple como eso. Bueno, no es tan extraño. Y no, no, no y no, -las palabras preferidas del sistema burocrático-, lo tiene que firmar el gran Cuche, y les digo que lo vi y no tiene nada de ¨grande¨. Después de esta terrible noticia, mientras hacía las tareas de rutina, no pude dejar de pensar en que esto se lo iba a tener que contar a mi viejo, en el supuesto caso de que tenga que prestarme el sueldo para que luego se lo reintegre, cuando vuelva Cuche. A la noche se me ocurrió que era mejor decírselo pese a todo, lo dije mientras cenábamos: Viejo, cuando vuelva Cuche, cuando el vuelva me pagan y ahí te lo puedo devolver. No tengo esa plata, me dijo, seco, cortante. Bien, otra vez... me encojo de hombros, mis vacaciones dentro de un intrincado laberinto sin salida. Pero... sigo. Pero nada, responde, no tengo esa plata toda junta. En fin, ya veré qué hago, esta cosa de los prestamos me tuvo medio a los tumbos este año. Suerte que son deudas con amigos y no con la Cosa Nostra, porque ya me hubieran acribillado a balazos. Mientras fumaba mis cigarros de rutina en el mugriento baño de azulejos celestes, pensaba: le debo 150 a este, 50 a aquel, 15 a tal, y así sucesivamente. Ser un deudor no es algo agradable, pero pienso devolverlo todo, cuando pueda estabilizarme un poco de este desengaño.
A la noche al menos fui a jugar al fútbol, el partido que organicé ayer, y si bien por poco no escupo el pulmón, salí ileso. Tengo que reconocer que ya se había acabado esa mágica sensación de mi encuentro con J. Lamentablemente no había durado ni un día y mi cabeza se había puesto a jugar conmigo de forma macabra. Ya estaba esperando que me llame, que me diga que quería verme, abrazarme. ¿Por qué? ¿Por qué la tengo que llamar yo?, pensaba, podría surgir de ella espontaneamente. Nunca tengo esa suerte de enloquecer perdidamente a nadie. ¡Pero no!, dije, este vez no pierdas la pulseada. Todas esas estupideces pensaba, y fui a jugar al fútbol con ese tumor en el cerebro. Cosa que se terminó apenas había empezado el partido. Cuando terminé, exhausto y mareado, vi que me había mandado un mensaje de texto para encontrarnos a tomar un helado. Me hinché de júbilo, tengo que admitirlo. Y un par de horas luego, después de una buena ducha fría, fuimos a tomar el helado en cuestión. Yo pedí de limón y banana split; ella fue más clásica, vainilla y chocolate. Lo tomamos en un asiento estilo plaza que había fuera de la heladería; la noche estaba realmente linda. Nos reímos bastante; yo pude relatarle algunas de mis más jocosas anécdotas, ella algunas suyas, y nos besamos, nos besamos mucho. Pero cuando íbamos para casa me frenó y dijo que se hacía tarde, que mañana se tenía que levantar temprano. Tengo una reunión en el trabajo, me dijo ante mi asombro, y luego lo repitió ante mi suave pero persistente insitencia trabajada a base de besos... Me encantaría, dijo, pero también... me vino la regla, remató. Jaque mate.
La suerte, que le dicen.

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